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-Más motivos para darse prisa entonces, hermanos.
 
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-Entendido capitán- Contestó Borgio activando su espada sierra que respondió con un rugido de sus dientes giratorios.
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-¡Entendido capitán!- Contestó Borgio activando su espada sierra que respondió con un rugido de sus dientes giratorios.
   
 
Los Marines Espaciales formaron rápidamente una cuña de combate sin dejar de disparar sus armas preparándose para el inminente cuerpo a cuerpo. La masa irregular de alienígenas a la carga acusó las bajas que los proyectiles de bólter les causaron sin inmutarse, pisoteando los cuerpos de sus compañeros caídos y rugiendo con salvaje desenfreno mientras disparaban sus destartaladas pistolas. La mayoría de los proyectiles fallaron y los demás se incrustaron o revotaron contra las placas de ceramita de las servoarmaduras.
 
Los Marines Espaciales formaron rápidamente una cuña de combate sin dejar de disparar sus armas preparándose para el inminente cuerpo a cuerpo. La masa irregular de alienígenas a la carga acusó las bajas que los proyectiles de bólter les causaron sin inmutarse, pisoteando los cuerpos de sus compañeros caídos y rugiendo con salvaje desenfreno mientras disparaban sus destartaladas pistolas. La mayoría de los proyectiles fallaron y los demás se incrustaron o revotaron contra las placas de ceramita de las servoarmaduras.
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Gabriel sonrió y su arma dio muerte a otros tres xenos mientras hablaba.
 
Gabriel sonrió y su arma dio muerte a otros tres xenos mientras hablaba.
   
- Cubrid el avance, piloto- Ordenó- Dad fuego de apoyo a nuestros hermanos de batalla y acabad con la resistencia del enemigo. ¡Que conozcan la furia de Thanathos!
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- ¡Cubrid el avance, piloto!- Ordenó- Dad fuego de apoyo a nuestros hermanos de batalla y acabad con la resistencia del enemigo. ¡Que conozcan la furia de Thanathos!
   
- Entendido, capitán- Asintió el piloto- Agachen la cabeza. Esto no va a ser bonito.
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- Entendido, capitán- Asintió el astartes- Agachen la cabeza. Esto no va a ser bonito.
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Gabriel no se hizo de rogar. Con una orden los hermanos de batalla cayeron de rodillas al suelo mientras disparaban sus bólteres en ráfagas automáticas justo cuando una larga linea de proyectiles de cañón de asalto rugieron por encima de sus cabezas y se estrellaron contra los orkos.
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La descarga fue devastadora, los proyectiles pesados literalmente despedazaron a la primera linea de orkos, atravesándolos y acribillando a su vez a los que venían detrás. Los veteranos rugieron con una sola voz mientras sus enemigos morían y Gabriel se volvió para contemplar a la maquina que ejecutaba aquella lluvia de fuego y venganza.
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Un vehículo Predator de la variante Baal, única entre los Ángeles Sangrientos y sus sucesores, se alzaba tras ellos, avanzando a gran velocidad gracias a sus motores sobrecargados Lucifer mientras sus orugas levantaban grandes nubes de polvo. Su planeta natal, al igual que el propio Baal era un desierto así que el terreno no era ningún impedimento para el blindado. Su torreta principal disparaba con furia dos cañones de asalto acoplados cuyos tubos giraban a toda velocidad vomitando muerte a una velocidad pasmosa mientras sus barquillas laterales, armadas con bólteres pesados, añadian su potencia de fuego a la de sus armas principales.
   
 
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Revisión del 17:31 11 mar 2015

El tacticiarum de la ‘’Espíritu Rapaz’’ rara vez estaba ocupado por alguien. Los comandantes de La Vanguardia preferían preparar sus despliegues y estrategias en el mirador de la cubierta superior, ya que gozaba de un gran espacio para colocar planos y proyectores holográficos. Pero ese día estaba ocupado por cuatro Astartes.

A Fahajad no le gustaba el tacticiarum. Era oscuro y estaba repleto de cogitadores y estanterías con pergaminos y placas de datos centenarias. Había una gran holomesa en el centro de la sala, que en esos momentos proyectaba en tonos anaranjados un mapa de La Garra, la fortaleza monasterio de su Capítulo. Cientos de pequeñas runas de diversos colores representaban a los defensores de ésta, y a los miles de orkos que la estaban asediando. Fahajad había observado que las runas se movían y desaparecían, a medida que las unidades se movían y eran destruidas o se perdía el contacto con ellas.

-   Aquí- Dijo con su voz cargada de acento- La Garra. El asedio es fuerte, así que nos desplegaremos a unos kilómetros tras la retaguardia de los pieles verdes para acercarnos sin peligro.

-  Los orkos nos atacarán con armas pesadas en cuanto lleguemos- Dijo el capitán Abhael Hellstorm, de los Arcángeles Rojos- Puedo liderar un ataque rápido con nuestras Stormraven y las escaudras de asalto para destruir las armas de asedio mientras atacáis por tierra. Con unas cuantas cargas de fusión en el lugar exacto debería bastar.

Fahajad miró durante un instante a Abhael. Era un individuo de ojos azules y pelo negro, excesivamente pálido y de expresión fiera. Tenía una gran reputación entre sus hermanos de batalla, pero a Fahajad no le parecía más que otro pretencioso salvaje orgulloso de algo que no era. Tampoco había entendido muy bien su idea.

-  Estaréis entre dos fuegos- Avisó súbitamente Kiskoros, dando voz a los pensamientos de Fahajad- Entre nuestro ataque por la retaguardia y el fuego defensivo de La Garra.

Kiskoros Sadaras, capitán de la cuarta compañía de La Vanguardia, era el más alto y corpulento de la sala. Su piel, casi gris, estaba surcada de tatuajes y cicatrices en igual medida, y los ojos color azabache contrastaban con su dermis de manera llamativa. Estaba enfundado en ‘’El Paladín’’, una servoarmadrua reliquia del Capítulo, cuyo sistema de soporte vital inundaba el torrente sanguíneo del portador con estimulantes y productos químicos que aceleraban su percepción y mejoraban su tiempo de reacción y su ya de por si formidable capacidad de regeneración. El peto tenía forma de torso humano, con los abdominales marcados, y el resto de la armadura era una formidable obra de arte, muy similar a la Mark IV ‘’Hierro’’ empleada por las Legiones Astartes en el pasado.  Kiskoros llevaba el casco al cinto.

-  Es muy arriesgado. No saldréis indemnes- Asintió Fahajad.

-  Somos hijos de Sanguinius, primo. El cielo es nuestro elemento. Sabremos arreglárnoslas- Respondió con aire desafiante Abhael, inclinándose ligeramente hacia adelante.

-  Aún así, deberíamos escuchar a nuestros hermanos capitanes- Intervino Gabriel con tono reconciliador- Los hermanos de asalto pueden sufrir bajas innecesarias, y las Stormraven podrían resultar dañadas.

Abhael abrió la boca como para contestar algo, pero finalmente la cerró y se guardó lo que iba a responder. Gabriel siguió hablando. Con el largo cabello rubio y el rostro menos agresivo que el de su hermano Arcángel, Gabriel parecía más templado que él, aunque Fahajad los tenía a los dos por impulsivos y orgullosos a partes iguales.

-  Hermanos, vosotros conocéis La Garra mejor que nosotros. Sus puntos fuertes y las zonas donde la defensa es menos rigurosa. Deberíamos tener en cuenta esas zonas para saber donde presionar a los pieles verdes para romper sus líneas y evitar el fuego amigo.

Fahajad señaló un punto en el holomapa.

-  El flanco Este de la formación orka queda alejado del alcance de La Garra- Explicó- Hay una gran cantidad de armas de asedio de fuego indirecto apostadas ahí. Es una ruta libre de fuego amigo.

-  Las defensas no abrirán fuego sobre vosotros si os ven salir de ahí- Apuntó Kiskoros.

-  Ya tenemos nuestro objetivo, hermano- Gabriel miró a Abhael- Yo presionaré desde tierra por esa misma zona y embestiremos la línea orka para facilitar la tarea de romper el asedio.

-  ¿Hay algún informe sobre el estado de las defensas? ¿Quién defiende la fortaleza monasterio?- Preguntó Abhael. 

Fahajad sonrió.

-  El Estratega.

Gabriel, levantó una ceja, visiblemente extrañado.

-   ¿Quién o qué es el Estratega? Según los informes, todo vuestro Capítulo está movilizado por el sector. No esperaba que hubiera alguien defendiendo La Garra.

-   El Estratega es uno de nuestros capitanes. Todo un maestro táctico- Kiskoros desplazó su peso de un pie a otro mientras hablaba con su poderosa voz.

-  Estaba destacado con parte de su compañía aquí cuando llegaron los orkos. De no ser por él, La Garra hubiera caído- Continuó Fahajad.

-  ¿Ha enviado algún informe?- Solicitó saber Gabriel.

-  Mira el holograma. Lo está transmitiendo él en estos momentos- Fahajad hizo un vago gesto con la barbilla en dirección al holomapa.

- Tiene su título bien merecido, sin duda.

 Entonces basta de palabras y empecemos- Abhael sonrió de manera feroz- No quiero esperar a que los orkos se maten ellos solos.

-  O a que nuestro hermano los diezme- Murmuró Fahajad mientras apagaba la holomesa.

++++++++++++

Fahajad se pasó el dedo índice por el puente de la nariz de manera inconsciente, rozando la cicatriz que iba de mejilla a mejilla, pasando por el apéndice. Estaba intranquilo. Había solicitado refuerzos para defender su mundo capitular, pero los Arcángeles Rojos no eran el apoyo que esperaba. Hubiera preferido unos cuantos regimientos de élite de la Guardia Imperial.

-  ¿Qué meditas, hermano?- Le preguntó Kiskoros mientras andaban por los pasillos metálicos de la nave.

-  Los Arcángeles tienen fama de buenos guerreros- Respondió él- Pero se nos va a hacer difícil cooperar con ellos. Son unos salvajes.

-   Y ellos piensan lo mismo de nosotros, hermano. Sólo espero que estén a la altura.

Fahajad se pasó dos dedos blindados por la corta barba, de un profundo color negro, como sus ojos y los de Kiskoros, y la mayoría de los hermanos de su Capítulo. Su piel no había empalidecido como era habitual en el proceso de conversión a Astartes de los descendientes de Corax, y era de un cálido tono moreno. Las cicatrices resaltaban en su piel, al ser el tejido cicatrizado más claro.

-   Lo estarán, hermano. Lo hicieron bien en Lachrima, lo harán bien aquí. 

- Más les vale- Bufó el capitán, dando pesadas zancadas- Stygia no puede caer.

- No lo hará, hermano. Por el Emperador que no lo hará.

Kiskoros soltó una risita burlona por lo bajo y apoyó su mano en el hombro de su hermano de armas.

- ¡Si las palabras ganasen las guerras, Fahj, ya serías el señor del Capítulo!- Aquello logró hacer sonreír a Fahajad- Pero se ganan con bólter y espada, hermano, y con coraje.

- Y suerte- Sonrió Fahajad.

- Y habilidad, hermano capitán- Intervino una voz.

Fahajad y Kiskoros se volvieron para encontrarse con Lucio Phagar, uno de los hermanos de batalla de la escuadra de mando de la quinta compañía, que acudía a su encuentro desde uno de los pasillos laterales. Lucio se acercó a ellos con zancadas rápidas y coordinadas haciendo que las cadenas y sellos de pureza que pendían de sus grebas tipo MK VI Corvus se agitasen. Su espada de energía, de hoja delgada y alargada, acabada en aguja, estaba enfundada a la cadera en su vaina de cuero negro decorada con trozos de pergamino, pero Lucio mantenía una mano sobre el pomo del arma. Llevaba el casco de combate MK IV Maximus sujeto entre la cara interior del codo y su peto, un modelo MK III Hierro con un aquila tallada en la placa pectoral. Inclinó el rostro, pálido, a modo de saludo, y un mechón de pelo color ónice le cayó sobre la frente. 

- Lucio- Saludó Fahajad- ¿Está la compañía preparada?

- Y entrando en los transportes, mi señor. 

Fahajad miró a Kiskoros. Ambos asintieron.

- Bien pues. No retrasemos más la batalla- Sentenció mientras se dirigían al hangar a paso ligero. 

++++++++++++++++++++++++++

Los capitanes de los Arcángeles abandonaron el tacticiarum y caminaron por los pasillos de la barcaza de batalla en dirección al hangar, donde habían dejado a sus respectivas escoltas. Gabriel había aceptado la "invitación" de los capitanes de La Vanguardia para reunirse en aquel crucero y preparar la estrategia. Después de todo eran su planeta y sus gentes las que se encontraban en juego en aquella campaña, y más aún, su propia Fortaleza-Monasterio.

Gabriel volvió la mirada y sus ojos azules se encontraron con los de su hermano de batalla, de un tono algo más oscuro.

El rostro del capitán de la séptima compañía de asalto se encontraba contraído en un gesto de feroz desagrado, un rictus de impaciencia e impetuosidad que era bastante habitual en él. Aunque nunca se había mostrado tan evidente como en aquel momento.

- La Vanguardia- Abhael bufó y su armonioso rostro marfileño se torció en una mueca de disgusto- Si al menos fueran dignos de ese nombre...

- No deberías juzgarlos tan a la ligera, hermano. Yo los he visto luchar y son soldados excepcionales- Le reprendió Gabriel, aunque con un tono mucho mas calmado y relajado que el de su hermano capitán. Como si aquel tono de conversación ya fuera algo común entre ellos.

Aunque ambos guardaban una gran semejanza gracias a su parentesco genético, Gabriel le sacaba más de un siglo a Abhael. Ambos eran dos caras de una misma moneda. Una representación visual del alma dual del Capítulo y sus hermanos.

Abhael era un poco más bajo que el capitán de la tercera compañía, tenía un rostro apuesto y alargado, como todo hijo de Sanguinius, y unos labios carnosos y bien formados que ocultaban sus afilados colmillos. El largo cabello oscuro como ala de cuervo recogido por detrás de las orejas le caía desparramándose levemente en el interior de la gorguera de su servoarmadura. Las placas de ceramita rojas de su armadura se encontraban surcadas por elaborados adornos dorados y blancos que se entrelazaban formando espadas ensangrentadas y calaveras aladas en su superficie. En su hombrera derecha se encontraba el símbolo de su compañía, un cráneo con una gota de sangre sobre la frente, enmarcado con dos alas negras en forma de arco que contenían entre ellas el número siete en escritura gótica dorada. En la otra lucía el símbolo del Capitulo; una gota de sangre con dos pares de alas y coronada por un halo de hierro dorado.

A pesar de su aparentemente inmaculada belleza el rostro de Abhael estaba surcado de imperceptibles cicatrices ganadas en cientos de combates y duelos, apenas un par de tonos mas claros que el de su pálida piel, marcándolo como el guerrero feroz y arrojado que era. Aquello, unido a una mente despierta y de rápido pensamiento lo convertían en un líder perfecto para el estilo de combate que empleaba su compañía.

Abhael no perdía tiempo con palabras inútiles ni malgastaba su, ya de por si escasa paciencia, con elaboradas tácticas. Sus planes eran siempre sencillos y abiertos a múltiples modificaciones sobre el terreno que aprovechaban la gran movilidad de sus efectivos.

El aspecto de Gabriel era radicalmente distinto. Su cabello rubio y brillante se encontraba recortado a la altura del cuello y caía formando pequeñas lineas onduladas en las parte baja de su cabeza. Su rostro era similar al de Abhael y recordaba la misma estética genética de su Capítulo, pero también tenia un poco mas de color que el de su hermano de batalla, dándole una apariencia mas abierta y humana. Vestía una armadura artesanal con placas de ceramita dorada Infernus, grabada en forma de músculos en el peto, la placa abdominal y los brazos, cargados de adornos alados y con la iconografía del Capítulo en distintos diseños, que atrapaba la luz y la reflejaba como un espejo dándole una apariencia gloriosa en el campo de batalla.

Gabriel era la viva imagen del Arcángel Rojo en su madurez. Un guerrero que había aprendido de sus errores y había templado el fuego que ardía en su alma hasta formar una espada mortífera y equilibrada. Gabriel sabía ser diplomático cuando la situación lo requería sin dejar de lado su faceta guerrera ni su deber para con su Capítulo. Aplacaba su ansia natural de batalla con cautela y su orgulloso temperamento con planificación y paciencia.

- Son rapaces arrogantes y pagados de sí mismos, Gabriel- Rebatió Abhael, esquivando a un servidor mecánico que pasaba por allí- ¿Qué clase de hermanos de batalla vamos a ser si no valoran el sacrificio que estamos haciendo al venir a este sector dejado de la mano del Emperador cuando en el nuestro ya hay problemas más que de sobra?

- ¿Eso es lo que quieres, hermano? ¿Reconocimiento?- La abierta mirada de Gabriel se volvió dura unos instantes- Estamos aquí porque es nuestro deber defender el Imperio, Abhael. La gloria y el reconocimiento son solo una manera de recordar que lo hacemos.

- Lo sé, pero eso no significa que deba gustarme. Preferiría estar mil años en Khuldagar matando herejes que aquí, peleando por aquellos para los que no somos mejores que un mutante feudal- Contestó Abhael, aunque en voz más baja y con tono escarmentado.

- Dales tiempo. Entenderán- Aseguró Gabriel, colocando una mano blindada sobre la hombrera de Abhael y dirigiéndole una leve sonrisa conciliadora- Primero debemos ganarnos su respeto, hermano. Y la única manera de hacerlo es demostrarlo en el campo de batalla.

El rostro de Abhael se iluminó un instante de manera feroz y sus colmillos asomaron entre los labios.

- Entonces no tendremos demasiados problemas para hacerlo- Añadió, antes de observarlo de forma extraña- Ahora entiendo los rumores que circulan por la Torre Sanguine, Gabriel.

- ¿A qué te refieres?

- A los rumores de que el señor del Capitulo vea un sucesor mas claro en ti que en Marius.

Gabriel frunció el ceño.

- El hermano Kaledor es un gran guerrero y diplomático. Además, él es el capitán de la primera compañía, no yo- Respondió con tono gélido, visiblemente incómodo- Lord Tyberius lleva dirigiendo a nuestro Capítulo desde hace más de ochocientos años y sus habilidades son formidables. No veo porqué debería nombrar un sucesor, y menos ahora.

El tono de Gabriel dejó zanjada la cuestión, pero Abhael se permitió esbozar una leve sonrisa por ser él quien le hubiera encontrado las cosquillas a su hermano de batalla por una vez, aunque hubiese sido involuntariamente.

Finalmente llegaron al hangar donde los esperaban sus respectivas lanzaderas. Junto a cada una de ellas se encontraban sus escoltas y guardias de honor. Era costumbre que cada capitán acudiera a las reuniones con los aliados cada uno en su propio transporte, además de traer consigo a su guardia de honor para mostrar su autoridad y no socavar la de sus hermanos de batalla.

Gabriel habría preferido no hacerlo y traer solo a una fracción de su guardia de honor como gesto de confianza hacia La Vanguardia, pero debía admitir, muy a su pesar, que todavía no los conocía lo suficiente como para fiarse de ellos. Eran grandes guerreros y excelentes tácticos. Pero su carácter despectivo hacia otros Marines Espaciales le seguía pareciendo mezquino y sin sentido en una hermandad tan grande como era el Adeptus Astartes.

La escuadra Ángelus, el nombre táctico para su guardia de honor, se encontraba alineada allí donde los había dejado. Una figura envuelta en una elaborada armadura roja y con el servocasco dorado decorado con laureles se adelantó un paso cuando lo vio llegar. Sostenía un bólter con cargador de tambor mientras una espada de energía y una pistola bólter se encontraban unidas a su cintura por arneses magnéticos ricamente decorados. Se trataba de Azkael, uno de sus más veteranos sargentos y hermano de confianza. A pesar de su rango inferior, Azkael había dejado atrás el medio milenio de servicio hacía ya mucho tiempo. Y el capitán Tormentaroja siempre tenia los oídos abiertos a sus consejos.

- Capitán- Saludó el sargento veterano con un leve gesto de la cabeza- Me alegró de verle de nuevo. La escuadra estaba empezando a pensar que tendríamos que entrar a por usted.

- Tienen muy poca paciencia entonces, sargento- Sonrió Gabriel- Además, no hay nada que temer. Los guerreros de La Vanguardia son nuestros hermanos y aliados, Azkael. No corremos peligro aquí.

- Con todo el respeto a nuestros primos de la décimo novena legión, capitán. Ningún capitán debería dejar atrás a su escolta - Habló uno de sus guardias que llevaba un hacha de energía al cinturón y el rostro juvenil al descubierto, dejando su casco anclado al cinturón.

Gabriel se volvió hacia el miembro de su guardia que acababa de hablar. Cestus era joven para los estándares de su Capítulo y apenas sobrepasaba el siglo de servicio. Aún así, su valor y sus hazañas, lo habían hecho un digno integrante de la escuadra personal de Gabriel. La influencia de su capitán y de los hermanos veteranos habían amortiguado el espíritu combativo y la sed de combate de su juventud, pero aun así el joven Arcángel tenía mucho que aprender antes de alcanzar su máximo potencial.

- Tu celo es encomiable, Cestus, pero habría resultado un gesto bastante reprochable el que me reuniera con los capitanes de La Vanguardia con cinco guardias veteranos a la espalda cuando ellos vinieron solos.

- ¿Ya se ha establecido la estrategia entonces, capitán?- Preguntó el hermano Zael mientras su pariente de sangre y hermano de batalla, Khael se reunían entorno a su capitán en una formación protectora instintiva fruto de su largo y riguroso camino como Marines Espaciales.

Gabriel asintió mientras encaminaba sus pasos hacia la lanzadera. Su guardia siguió su paso al instante con una coordinación que habría sido la envidia de cualquier otra fuerza imperial.

- Os lo contaré de camino a la Gloria Sanguine- Añadió haciendo mención la la barcaza ancestral del Capítulo que los había traído allí antes de que las puertas de la lanzadera se cerraran tras él.

Se volvió entonces hacia Azkael mientras se dirigían hacia los arneses de seguridad para que la nave despegara. El veterano sargento se percató de ello al instante.

- ¿Has escuchado el apelativo con el que la séptima compañía se refiere a La Vanguardia, verdad?

Azkael asintió.

- Los Rapaces. Sí, capitán. Me he tomado la libertad de prohibir su mención dentro de esta escuadra, y algunos de nuestros sargentos ya están aplicando la misma medida.

Gabriel asintió satisfecho.

- Asegurate de que todas las escuadras la aplican- Ordenó- Trataremos a los descendientes de Corax con la deferencia que merece cualquier camarada Astartes. Que la séptima compañía haga lo que guste su capitán, pero nosotros mostraremos respeto.

- Entendido, capitán- Asintió Azkael, conforme.

Gabriel se colocó en su lugar de la nave y activó el sistema de comunicación de su servoarmadura, abriendo un canal con los sargentos de sus escuadras.

- Aquí el capitán Gabriel Tormentaroja, hermanos. Iniciamos el despliegue de inmediato. Preparaos para la batalla.

- Las tropas ya se encuentran preparadas para el despliegue, capitán- Contestó uno de sus oficiales- Ordene, y estaremos listos para aplastar a esos sucios pieles verdes.

Gabriel sonrió levemente y sus colmillos centellearon predadores, presintiendo la inminente batalla antes de comenzar a repartir órdenes.

Capítulo uno: El cielo se abate sobre Stygia

Las cañoneras Stormraven surcaban los cielos junto a las Thunderhawk, de mayor tamaño y poseedoras de un armamento superior. Un puñado de escuadrones de Stormtalon acompañaban a las aeronaves para proporcionar funciones de escolta y fuego de apoyo aire-tierra una vez llegado el momento.

Las puertas de las Stormraven de La Vanguardia, pintadas de un apagado verde-marrón al igual que las servoarmaduras de los hermanos de batalla para esta misión, estaban abiertas, y a través de ellas se asomaban algunos de los pasajeros, listos para desplegarse. Fahajad estaba agarrado a un costado del acceso frontal. Su capa ondeaba frenéticamente por el viento. 

- ¿Equipo preparado, hermanos?- Preguntó a su escuadra de mando. Algo meramente rutinario que había dicho casi sin pensar.

- La duda ofende, capitán- Gruñó Irok Seghatan, el mejor tirador de la compañía. 

Los seis Astartes rieron. Seghatan tenía un humor ácido y un tanto siniestro. Solía dar ese tipo de respuestas espontáneas con frecuencia, aunque carecían de malicia. Fahajad volvió la cabeza para mirarle por encima del hombro. Irok se había puesto su casco de combate MK IV Maximus, que poseía un abultado sistema de puntería, y cuya parte frontal estaba pintada para que recordase a un cráneo. El Marine Espacial tenía tatuado ese mismo cráneo en su propio rostro. Seghatan levantó un pulgar y Fahajad asintió: estaba listo.

- Ten más respeto, Irok- Reprochó una voz estoica.

- Cállate, Drago- Se limitó a mascullar Seghatan.

El campeón de la quinta compañía y veterano de más de cien misiones, Drago Ájax, gruñó. Embutido en su robusta servoarmadura, tan decorada como reforzada, ofrecía una visión imponente y gloriosa, sujetando su gran escudo de tormenta con una mano mientras la otra reposaba sobre el pomo de su espadón de energía. Sin embargo, Seghatan no se dejaba amedrenar por él. Fahajad llevaba tiempo pensando que nada era capaz de alterar o imponer respeto al siniestro veterano, salvo honrosas y parciales excepciones.

- No te pases, Irok- Advirtió Fahajad. Y después añadió en tono bromista- Demasiado.

Hubo breves risas entre la escuadra, y una disculpa sin interés por parte de Seghatan. Drago era digno del respeto de todos, pues en más de una ocasión les había salvado la vida, razón por la cual ni siquiera Irok era capaz de ofenderlo.

- Piloto, desciende- Dijo Fahajad por su intercomunicador- Estamos sobre el punto adecuado.

- Recibido, capitán- Contestó él.

- Dadnos apoyo una vez hayamos descendido, y después manteneos a la espera. Quizá nos haga falta vuestra ayuda para romper el asedio a La Garra- Ordenó el capitán de la quinta compañía a toda la fuerza aérea de La Vanguardia.

Un coro de respuestas de confirmación recorrió el canal de radio durante unos segundos. Kiskoros abrió un canal privado con Fahajad cuando acabaron los acuses de recibo.

- Sangre para el acero, Fahj. Suerte ahí abajo- Deseó.

- Y gloria para el Salón de los Recuerdos, hermano- Fahajad le saludó con un asentimiento cuando su cañonera pasó junto a la suya- Que el Emperador esté contigo.

La transmisión se cortó, y Fahajad se dio la vuelta, sin dejar de agarrar el costado de la puerta. Miró a su escolta, que estaba esperando, expectante, la orden de descenso. Se llevó el puño izquierdo al pecho y los otros Astartes lo imitaron.

- ¡Gloria para el Capítulo, honor al Primarca!- Exclamó.

- ¡Victoria para el Imperio, muerte al enemigo!- Acabaron la letanía los otros cinco Marines Espaciales.

Después de esto, Fahajad asintió y se dejó caer de espaldas. El viento azotó su cuerpo, haciendo que su capa ondulase y se moviera de manera demencial mientras caía a plomo hacia el suelo rocoso. Maniobrando con experiencia y habilidad, cambió su postura poco a poco hasta darse la vuelta, con los pies por delante. El paracaídas gravítico que llevaba sujeto a su mochila generadora se activó y tosió una ráfaga de pulsos gravíticos para controlar la caída del Astartes. Cada cierta distancia, el dispositivo se activaba en cortas y rápidas ráfagas, reduciendo la velocidad de caída del capitán de La Vanguardia hasta un límite seguro. 

Cuando apenas quedaba una veintena de metros para tocar el suelo, el paracaídas gravítico se activó hasta que Fahajad estaba a dos metros de la tierra, y se apagó de golpe. Cuando los pies blindados del Astartes tocaron la roca, el paracaídas gravítico se desacopló de manera automática de su mochila generadora y cayó al suelo con un golpe sordo. A su alrededor, tanto sus hombres como los de Kiskoros descendían sobre la explanada, lugar donde un Piedro orko de gran tamaño se había estrellado. Los cálculos preeliminares indicaban que en aquella zona había casi un millar de orkos. A Fahajad le parecía que estaban todos muertos ya.

Mientras desenvainaba su espada de energía, elevó durante un instante la vista al cielo. No había rastro de los Arcángeles Rojos aún. Activó su arma, cuya hoja se estremeció con un campo de energía chisporroteante, y se lanzó a la carga junto a los otros Marines Espaciales que habían aterrizado junto a él.

El hermano Garron, de su escolta, tomó tierra pesadamente y levantó su multiláser. Los tres cañones del robusto arma empezaron a girar cada vez más rápido con un zumbido constante. Cuando abrió fuego, una bocanada de energía anaranjada manó del arma, que arrojó con una candecia de disparo infernal una lluvia de lanzas de energía chisporroteantes. 

- ¡Un regalito del Emperador!- Le oyó bramar mientras sus disparos atravesaban y destrozaban a los alienígenas, cuyos cuerpos humeantes caían al suelo, hechos trizas.

Los orkos respondieron al repentino ataque con previsible pero arrojada fiereza, y se lanzaron a la batalla con fuerza. Fahajad detuvo el golpe de un alienígena agarrando el asta de su hacha y lo apartó a un lado al mismo tiempo que lanzaba un tajo descendente que decapitó al piel verde. La sangre empapó su ceramita.

La Garra de Corax cercenó las manos de otro orko después de que Fahajad esquivase su rápido ataque, y después clavó su espada en la clavícula del xeno hasta la empuñadura. Apartó de un rodillazo el cuerpo y bloqueó justo a tiempo un tajo que le llegaba desde la izquierda. Desvió la rebanadora con un rápido movimiento de muñeca y lanzó una veloz estocada al pecho de su atacante.

Cuando extrajo la hoja, un chorro de sangre manó de la herida, pero el alienígena no estaba muerto. Fahajad lo derribó golpeándole con la hombrera izquierda y desenfundó su fusil volkita, que pendía de la hombrera por una sólida cadena que hacía las veces de cinta de sujección. Apuntó al piel verde, que se estaba levantando, y apretó el gatillo. Un ardiente rayo color rubí atravesó la armadura del orko y devoró su carne. La herida entró en combustión con un crujido mientras el cadáver caía del nuevo al suelo, con columnas de humo manándole de la boca. 

Fahajad blandió el arcano fusil desde la cadera y efectuó un barrido en horizontal para alejar a los orkos que lo habían rodeado. Los rayos calcinadores fundieron sus armaduras y consumieron su carne, atravesándolos de lado a lado en ocasiones. Las heridas causadas por el fusil volkita estallaban en llamas y prendían fuego a todo el cuerpo de la víctima desde el interior. Tres orkos cayeron muertos por la andanada asesina, y un cuarto ardía desde dentro con violencia. Fahajad apartó de un empellón a este último mientras soltaba su fusil volkita y preparaba de nuevo su espada, la Garra de Corax.

Una tosca espada sierra apareció rugiendo, voraz, en dirección al peto del capitán de La Vanguardia. El campo de energía proyectado por el aro de hierro de su armadura desvió el ataque con un destello. Fahajad, que no había reaccionado a tiempo, murmuró una oración de agradecimiento al espíritu máquina del dispositivo mientras despachaba al piel verde de una estocada. Al sacar la espada del torso alienígena, partió la cabeza en dos.

A su alrededor, el resto de su compañía luchaba ferozmente contra los xenos. Vio al hermano Sager recibir un disparo en la placa pectoral, y otro más en la abdominal, que cedió. Aunque herido, el Astartes abatió con una ráfaga de bólter al guerrero orko y siguió adelante mientras sus células Larraman se ocupaban de la herida. Al menos de forma temporal.

Irok apareció a su lado justo a tiempo para eliminar de un disparo en la cabeza a un alienígena que se le había lanzado encima a su capitán. Irok vigilaba el flanco de Garron, que lanzaba una andanada tras otra de energía fulgurante contra la horda verde. Lucio y Drago se abrían paso con sus espadas no muy lejos del flanco derecho de Fahajad. Eth'Skal, el apotecario de la compañía, luchaba junto a la escuadra táctica Nover, disparando asesinas descargas de plasma con su pistola.

- ¡Ja! Llegan un poco tarde- Saltó Seghatan cuando vio como los Arcángeles Rojos desembarcaban de sus Stormraven, que habían descendido hasta el suelo.

- ¡Hagámosles pues el trabajo más fácil a nuestros hermanos!- Exclamó Fahajad en tonó burlón mientras lanzaba otra andanada con su fusil volkita- ¡Adelante, hermanos!

+++++++++++++++++++++++++++++++

Koshet apartó de sí al rugiente orko de un puñetazo. El alienígena se tambaleó hacia atrás y el Astartes aprovechó para derribarlo de una patada. Cuando su cuerpo golpeó pesadamente el suelo, lo mató con su bólter sin darle tiempo a levantarse. 

El rechinar de los dientes de una rebanadora-sierra en forma de hacha le avisó de un nuevo ataque, y Koshet se ladeó con rapidez para esquivarlo. El arma se hundió en el suelo con estruendo, y el Marine Espacial propinó un brutal golpe en la nuca al orko con su bólter, mandándolo de bruces al suelo. Otra ráfaga hizo trizas su cráneo, y esparció los humeantes restos por el suelo.

- ¡Shet!- Bramó el sargento Vhalas- ¡Cubre el flanco derecho!

Con un asentimiento, Koshet se situó junto a Malkarr y K'sai, que disparaban contra los orkos, que  intentaban rodearles. El bólter pesado de Malkarr rugía y escupía una granizada de proyectiles sobre los pieles verdes. K'sai arrojó una granada de fragmentación y la metralla destrozó a dos xenos. Un tercero tropezó, sin una pierna, y cayó al suelo. El hermano de batalla lo remató con un certero disparo a la cabeza.

Koshet lanzó una ráfaga corta que vaporizó la cabeza de un orko, y con lo que le quedaba en el cargador hendió el torso de otro con varios proyectiles que lo destrozaron desde dentro. El combate era frenético, y apenas podía situar al resto de su compañía. Sólo veía la mira de hierro de su bólter, y a un piel verde tras otro al otro lado del cañón. 

El rugido de un orko particularmente grande y amenazador llamó su atención, y volvió su arma contra él. Los proyectiles explosivos se quedaban incrustados en su gruesa armadura, que empezó a ceder bajo al potencia de fuego del Marine Espacial. Pero no pudo detenerlo antes de que llegase hasta ellos. 

El noble derribó de un violento empellón a K'sai, y el golpe que descargó con su arma sobre él hizo que la runa que lo representaba en la pantalla retinaria de Koshet pasase de verde a ámbar. Malkarr se volvió y abrió fuego con su bólter pesado casi a quemarropa. Unos cuantos proyectiles lograron herir al feroz piel verde, pero se deshizo del Astartes con su rebanadora. Malkarr cayó de espaldas tras tambalearse, con un profundo tajo en su coraza. Su runa también paso de verde a ámbar.

Koshet encaró a la bestia y apretó el gatillo...pero su bólter emitió un chasquido metálico: estaba vacío. El noble hizo un sonido similar al de una risa y levantó su arma. Sin perder tiempo, Koshet dejó de lado su bólter y desenvainó su cuchillo de combate. Bloqueó el envite del alienígena con dificultad y contraatacó tras acortar distancias. 

Clavó la hoja del filoarma en el vientre del xeno, y después lo apuñaló de nuevo en el cuello. Lejos de estar muerto, su oponente le hizo retroceder de un rodillazo y lanzó un golpe que hizo que el Astartes se tambalease. Koshet notó como la sangre brotaba a través de la herida en su pecho, pero no era mortal. Con arrojo, clavó su cuchillo en la muñeca del noble, que soltó el arma con un rugido de dolor. Antes de que lo apartase de nuevo con un golpe, Koshet desenfundó su pistola bólter y le voló la cabeza a quemarropa. La sangre, la carne humeante y la masa encefálica salpicaron su armadura.

Koshet se volvió cuando los sentidos automáticos de su armadura le avisaron de un ataque enemigo por la espalda. Desvió la rebanadora con el avambrazo, y le propinó al orko un brutal golpe en la sien con la culata de su pistola bólter. El alienígena perdió el equilibrio y cayó de bruces sobre el suelo. Koshet le destrozó la cabeza con dos disparos y se agachó para recoger su bólter al mismo tiempo que Malkarr y K'sai volvían a la acción.

El arma estaba vacía, pero eso tenía fácil solución. Koshet expulsó el cargador vacío e insertó uno nuevo con un chasquido metálico que le indicó que había sido insertado correctamente. Se llevó la mira al visor y atravesó el pecho de un orko con una certera ráfaga. Lo remató con un disparo en la cabeza cuando el xeno se volvió hacia él y le disparó con su akribillador.

- ¿Estáis bien, hermanos?- Preguntó Koshet por encima del tableteo del bólter pesado de Malkarr.

- Nada que las Larraman no puedan remendar, Shet- Respondió el artillero.

Una cañonera Stormraven hendió el aire sobre ellos, y descargó sus cañones de plasma contra los orkos, que cercaban a Koshet y su escuadra. Las bolas gemelas de energía blanco-azulada consumieron a los xenos, y de ellos sólo quedó una serie de carcasas vacías y retorcidas en un cráter ennegrecido y humeante. La aeronave pasó de largo para efectuar otra pasada en otro lugar del campo de batalla.

La presión sobre la escuadra Feras disminuyó con el apoyo de la cañonera. El sargento Vhalas descargó su puño de combate sobre la cabeza su oponente, que quedó reducida a una mancha roja en su servoarmadura. Una serie de proyectiles repiquetearon sobre su hombrera izquierda y su gorguera, incrustándose en la gruesa ceramita o rebotando, y Vhalas acabó con el alienígena con su pistola bólter.

- ¡Avanzamos, Feras!- Bramó mientras la escuadra formaba de manera instintiva a su alrededor.

Mientras avanzaba, Koshet vio como los orkos perdían cada vez más y más terreno, a pesar de su fiereza.

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La Furia Roja tocó tierra acompañada del furioso rugido de los bólteres huracán montados en sus barquillas laterales. Los doce Astartes que viajaban en su interior recitaron los últimos versos del Himno Barbarroja, la letanía que todos los Marines Espaciales descendientes de Sanguinius recitaban como preparatoria antes de una batalla. Justo en el instante en que la compuerta frontal tocó tierra los guerreros súperhumanos saltaron sobre la arena.

Gabriel descendió a la cabeza de su guardia de honor y alzó su pistola de plasma hacia el primer piel verde que se le puso a tiro. La primera bola incandescente surcó el aire y vaporizó la cabeza del piel verde. Otros dos proyectiles le siguieron, y más de media docena de alienígenas cayeron destrozados cuando la potencia de fuego de sus hermanos de batalla se unió a la suya.

La larga cicatriz en el rostro de Gabriel, dos líneas que se cruzaban en su mejilla izquierda y que iban desde el ojo izquierdo hasta el labio inferior y desde debajo de la oreja hasta casi tocar la nariz, se tensó cuando el capitán Astartes esbozó una fugaz sonrisa de gozo. El sonido de la munición de bólter surcando el aire, los bramidos de los orkos al morir y el vigoroso rugido de la batalla lo envolvió dándole la bienvenida como un viejo amigo.

Aquel era su elemento, su lugar, el único rincón de la galaxia en el que se sentía verdaderamente vivo. Esa era la maldición que pesaba sobre los hijos de la novena Legión Astartes. Aquel era su mayor estigma y, a la vez, su más oscura alegría.

La escuadra Ángelus se desplegó en formación de abanico con Gabriel en el punto más alejado de la nave. Azkael y Cestus se colocaron a ambos lados de su capitán mientras sus armas vomitaban muerte hacia el mar de carne verde que se abría ante ellos. Khael y Zael fueron los siguientes, uniendo la potencia de fuego de sus armas a la refriega.

Khael disparaba precisas ráfagas con su bólter, que tenía una mira telescópica montada sobre un riel en la parte superior del arma. La munición especialmente diseñada, unida a la prodigiosa puntería del Astartes, arrancaba cabezas de los hombros y eliminaba de un disparo certero a los pieles verdes que se encontraban a su alcance o que conformaban un objetivo prioritario para desestabilizar a la horda, como los noblez o cualquier tipo de mando del que los orkos pudieran disponer.

Zael normalmente operaba con un rifle de plasma, arma que llevaba colgando de una cadena al costado, pero las características únicas del combate de aquel día requerían de otro tipo de equipo para realizar el trabajo.

El aire se tornó ardiente cuando el chorro inflamado de promethium surgió del lanzallamas pesado con el que cargaba el hermano de batalla y carbonizó a una peña de orkos que trataban de reunirse para formar una fuerza con la que asaltar a los Astartes.

- ¿Alguien ha pedido una ración de alienígenas muy hechos?- Bromeó bajó el yelmo Mk IV Maximus que le cubría el rostro pálido.

- Te has dejado uno, hermano- Contestó Khael antes de abatir al xeno que se arrastraba con las piernas en llamas y la mitad del cuerpo convertido en un montón de carne ennegrecida por el fuego con un certero disparo que reventó su cabeza desde atrás.

- Ese ya contaba como muerto- Bufó el aludido lanzando otro chorro de llamas, dando tiempo a que el resto de los veteranos se desplegaran.

- Estos bastardos verdes son una excepción, Zael- Aseguró Gabriel, disparando una nueva ráfaga de plasma para acabar con los pocos orkos que quedaban en su zona de aterrizaje- Aseguraos de que están bien muertos antes de purgar a los demás.

- Entendido, capitán- Contestó el ultimo astartes en salir de la Stormraven, segundos antes de que esta cerrase la escotilla frontal y ascendiera al cielo de nuevo en medio de una lluvia de fuego surgida de sus sistemas de armas.

Gabriel se permitió el lujo de volverse para mirar por el rabillo del ojo la figura de armadura blanca hermosamente decorada del novitiate sanguinario de su escuadra, el sacerdote sanguinario y apotecario, Borgio.

El hermano Borgio era uno de los más destacados, e inusitadamente, jóvenes miembros del Sacerdocio Sanguinario de los Arcángeles. Su pericia natural en el campo biológico del Capítulo solo era igualada por su fervor hacia el Primarca y su maestría en combate. Unido a un soporte especial en su hombrera se encontraba una réplica exacta del Grial Rojo, el ancestral cáliz de su Capítulo padre que había contenido la sangre del Primarca tras su muerte y era el símbolo de su cargo como guía espiritual y guardián del cuerpo físico de sus hermanos.

Borgio contaba con un gesto apuesto y llevaba el cabello rubio y liso recortado en forma de taza como era costumbre en su celibato hacer con los jóvenes iniciados. Hacia tiempo que el apotecario había dejado atrás sus días de novicio pero aun así seguía llevando aquel mismo peinado.

Llevaba una espada sierra sujeta al cinto y en la mano libre portaba el modelo de Narthecium exclusivo de los Ángeles Sangrientos y sus Sucesores, el Exanguinador. Nada mas toco el suelo, disparó tres veces con su pistola bólter contra los orkos, que se batían en retirada, antes de ocupar su lugar en la formación.

- Sacerdote Sanguinario- Lo saludó Gabriel cuando él se colocó entre Zael y otro veterano- ¿Algún buen augurio para el día de hoy?- Bromeó.

- Hemos matado a una docena de xenos nada mas desembarcar. Creo que no está mal para empezar- Ironizó el sacerdote con una sonrisa en su rostro descubierto antes de colocarse el casco con la máscara frontal decorada para parecerse al rostro de su primarca.

- Y aún quedan muchos más que también caerán, Borgio- Juró el capitán con una sonrisa de dientes afilados- ¡Adelante! ¡Por Thanathos, por el Primarca y el Imperio!

- ¡Sanguinem Sanguinius!- La voz de Borgio resonó aun más potente gracias a los dispositivos vocales de la mascara mortuoria. Sus palabras resonaban como si vinieran del mismísimo Sanguinius mientras alzaba su espada sierra apuntando a una duna elevada que se alzaba a pocos metros de su posición.

- ¡Perpetum Gloria!- Bramaron los Astartes antes de iniciar el avance.

Se movieron rápido, devorando terreno mientras las botas de ceramita levantaban nubes de polvo al pisar la arena y las Stormraven restantes alzaban el vuelo tras dejar al resto de escuadras de los Arcángeles en tierra. Había al menos cincuenta hermanos de batalla desplegados, rugiendo letanias de furia mientras avanzaban hacia adelante con el repiqueteante sonido de las descargas de bólter como telón de fondo.

-¡Capitán, enemigos delante!- Azkael señaló a un nuevo grupo de xenos que acababa de surgir en la cresta de la colina. A la cabeza de los alienígenas iba un orko enorme, revestido de planchas metálicas formando una primitiva armadura con púas. La bestia piel verde alzó su rebanadora, un arma enorme en forma de hacha a dos manos, y lanzó un furioso rugido. Sus chikoz respondieron con aquel mismo gritó de violencia irracional y cargaron duna abajo en dirección a los doce veteranos.

-¡Formación de combate!- Ordenó Gabriel, disparando una ráfaga de proyectiles de plasma contra el noble con la zurda mientras se preparaba para la arremetida de los xenos. La masa de cuerpos verdes se encargó de que ninguno diera en su objetivo, pero tres alienígenas mordieron el polvo al interceptarlos con sus cuerpos de forma involuntaria.

Gabriel gruñó disgustado.

- ¡Arrasadlos y avanzad! Tenemos que ser los primeros en coronar esa duna.

- La Vanguardia nos lleva ventaja- Señaló Zael viendo como la linea de batalla de la Vanguardia ascendía por un flanco de su posición aniquilando xenos a buen ritmo mientras un nuevo cono de llamas del lanzallamas consumía a varios orkos.

-Más motivos para darse prisa entonces, hermanos.

-¡Entendido capitán!- Contestó Borgio activando su espada sierra que respondió con un rugido de sus dientes giratorios.

Los Marines Espaciales formaron rápidamente una cuña de combate sin dejar de disparar sus armas preparándose para el inminente cuerpo a cuerpo. La masa irregular de alienígenas a la carga acusó las bajas que los proyectiles de bólter les causaron sin inmutarse, pisoteando los cuerpos de sus compañeros caídos y rugiendo con salvaje desenfreno mientras disparaban sus destartaladas pistolas. La mayoría de los proyectiles fallaron y los demás se incrustaron o revotaron contra las placas de ceramita de las servoarmaduras.

El espacio entre ambas fuerzas se hacia menor por momentos hasta que el choque se produjo.

Gabriel trazó un arco con su mano derecha y la larga hoja del arma que portaba segó el cráneo de un piel verde, atravesando el casco cornudo que llevaba en la cabeza como si fuera papel y separándole la parte superior de la cabeza del resto del cuerpo. El gritó de un nuevo orko perforó sus oídos y el capitán se agachó cuando la rebanadora de este pasó a un pelo de cortarle la cabeza. Gabriel empuñó la arcana espada de energía y su brillante hoja atravesó el pecho del orko hundiéndose hasta la empuñadura en forma de aquila, partiéndole en dos el corazón antes de ascender, saliendo por su clavícula izquierda en una vorágine de sangre.

Aquel arma era una obra maestra de la artesanía imperial. El capitán astartes la blandió de nuevo y los sellos de pureza que decoraban el mango hondearon en el aire cuando la hoja, hueca en el centro, cortó la columna de un alienígena separándole el cuerpo en dos desparramando la sangre y los órganos del orko sobre la arena, pero sin que ninguna gota ensuciara su filo.

La espada de San Andrastos, santo patrón de Namether. Gabriel había recibido aquella sagrada reliquia durante la campaña por la liberación de Lachrima, atacada por los tau, el mundo santuario dedicado al Santo y el capitán había jurado blandirla en defensa del sector hasta que todos sus enemigos fueran derrotados.

La cuña de combate se hundió profundamente en la línea orka. Gabriel blandía la espada del santo, trazando arcos relampagueantes con su filo. Azkael se encontraba un paso por detrás de él, disparando controladas ráfagas con su bólter en automático y abatiendo orkos a buen ritmo. Cestus protegía el flanco izquierdo de Gabriel, su hacha de energía caía partiendo huesos y traspasando entrañas con su pesada hoja mientras con su mano libre disparaba su bólter con una sola mano mientras Borgio atravesaba la carne de los xenos con su espada sierra mientras recitaba palabras sagradas y letanías de furia, atento para atender a sus hermanos de batalla si eran heridos. Zael y Khael se encontraban al mismo nivel en lados distintos de la formación. El lanzallamas pesado de Zael abrasaba masas enteras de alienígenas, limitando el numero de xenos que tenían posibilidad de llegar al cuerpo a cuerpo y obstruyendo el camino de los que les seguían. Zhael disparaba de forma metódica, seleccionando bancos y abatiéndolos con una velocidad y un autocontrol digno de la envidia de sus hermanos. Cada disparo significaba la muerte de un alienígena, cada atronador detonación de su bólter era una ofrenda al Emperador.

Los cuerpos carbonizados y mutilados se amontonaban a medida que los Arcángeles avanzaban. Los veteranos peleaban con arrojo y una ferocidad nacida de su predilección por aquel tipo de combate rivalizando con la sed de sangre y la furia propia de sus bárbaros enemigos. Las rebanadoras subían y bajaban acompañadas del zumbido de las armas de energía y los disparos. Docenas de orkos morían ante el avance de los astartes, pero siempre había mas para remplazar a los caídos. Aun así esto no importaba a los Arcángeles Rojos, simplemente significaba que había mas enemigos con los que saciar la sed roja que les quemaba el alma.

Aun así la presión de los orkos se estaba haciendo notar. La línea de batalla se estaba empezando a frenar a causa del abrumador número de enemigos, además muchos de los veteranos presentaban alguna herida causada por sus enemigos, nada que Borgio o sus propios cuerpos mejorados no pudieran curar pero que reducía levemente su eficiencia en combate. Y contra los pieles verdes cometer un solo error significaba la muerte.

Algo que Gabriel no iba a permitir.

Empaló a un nuevo orko y lo pateó con furia, arrojándolo contra sus compañeros haciendo que tropezaran y cayeran como sacos sobre la ladera de arena cuando el sistema de comunicación de su servoarmadura se encendió.

- Lanza Escarlata en posición, capitán. Nos encontramos a distancia de disparo.

Gabriel sonrió y su arma dio muerte a otros tres xenos mientras hablaba.

- ¡Cubrid el avance, piloto!- Ordenó- Dad fuego de apoyo a nuestros hermanos de batalla y acabad con la resistencia del enemigo. ¡Que conozcan la furia de Thanathos!

- Entendido, capitán- Asintió el astartes- Agachen la cabeza. Esto no va a ser bonito.

Gabriel no se hizo de rogar. Con una orden los hermanos de batalla cayeron de rodillas al suelo mientras disparaban sus bólteres en ráfagas automáticas justo cuando una larga linea de proyectiles de cañón de asalto rugieron por encima de sus cabezas y se estrellaron contra los orkos.

La descarga fue devastadora, los proyectiles pesados literalmente despedazaron a la primera linea de orkos, atravesándolos y acribillando a su vez a los que venían detrás. Los veteranos rugieron con una sola voz mientras sus enemigos morían y Gabriel se volvió para contemplar a la maquina que ejecutaba aquella lluvia de fuego y venganza.

Un vehículo Predator de la variante Baal, única entre los Ángeles Sangrientos y sus sucesores, se alzaba tras ellos, avanzando a gran velocidad gracias a sus motores sobrecargados Lucifer mientras sus orugas levantaban grandes nubes de polvo. Su planeta natal, al igual que el propio Baal era un desierto así que el terreno no era ningún impedimento para el blindado. Su torreta principal disparaba con furia dos cañones de asalto acoplados cuyos tubos giraban a toda velocidad vomitando muerte a una velocidad pasmosa mientras sus barquillas laterales, armadas con bólteres pesados, añadian su potencia de fuego a la de sus armas principales.